Soy mujer, no tengo pareja y la pandemia cambió mi vida

Crónica de una mujer durante el confinamiento por Covid-19.

Por:  EFE. Crónica de Carolina Flechas Anzola.

“No tengo pareja y he aprendido a estar sola en esta pandemia”, dice Diana Freide, quien, como muchas otras mujeres en el mundo, ha tenido que reinventarse atravesando duros estados emocionales durante los confinamientos por el coronavirus.

La pandemia de la covid-19 generó una crisis de salud mental que la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificó de "silenciosa”, pero numerosos estudios en distintos países han revelado a lo largo de estos meses que su impacto ha sido mayor en el sexo femenino.

Y es que mujeres como Sandra Zepeda dan cuenta de un sentimiento creciente de soledad durante este tiempo.

“Me había quedado a mis 33 años recién cumplidos sola, sin hijos, sin esposo, sin novio, sin nada”, dice.

Según Pedro Pablo Ochoa, psicólogo y director del equipo de respuesta psicológica a la covid-19 en Colombia del Colegio Colombiano de Psicólogos -entidad que participó en un estudio transnacional liderado por la Universidad Autónoma de Barcelona- estas situaciones ya se presentaban antes de que el virus apareciera.

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) resaltó que antes de la pandemia, las mujeres en las Américas ya eran un 50 % más propensas que los hombres a sufrir trastornos de depresión y tenían el doble de probabilidad a padecer trastornos de ansiedad.

Pero además también tienen miedo de salir a la calle, de volver a sus oficinas o de entablar relaciones, lo que puede llevar transtornos obsesivo compulsivos (TOC) o a somatización.

MIEDO Y ANSIEDAD

“Al principio de la pandemia sentía tristeza, apatía, falta de motivación, ni podía hacer actividad física y sobre todo el miedo a enfermarme”, asegura Freide, psicóloga y docente, que a sus 34 años y con sobrepeso, vio cómo la covid-19 afectó a su madre, una médica prejubilada que vive en Ciudad de México, quien contrajo el virus junto a dos tías, tres primos y dos cuñados.

“Empecé a detectar rasgos obsesivos. Lo más frecuente era una ansiedad desbordada ante la posibilidad de perder mi trabajo y que mi economía se viera afectada, la incertidumbre de qué pasaría y sobre todo el hecho de estar frecuentemente lavándome las manos y evitar los contactos”, menciona.

Zepeda, publicista mexicana, ya visualizaba desde febrero de 2020 lo que pasaba en China y para esa época tuvo una gripa con síntomas parecidos a la covid que tras tres antibióticos recetados por su médico no presentó ninguna mejoría.

“Me levantaba con una tos horrible, me asfixiaba en las noches, todas las noches me despertaba con falta de aire y esa gripa me duró como un mes y medio”, comenta Zepeda, que para marzo del año pasado ya estaba confinada en su casa.

Confiesa que tuvo miedo a morir asfixiada debido a lo que padeció y por un cuadro similar que tuvo años atrás por un medicamento. “Desde ahí decidí autoconfinarme y durar hasta 20 días sin ver a nadie”, dice.

DE LA ESPERANZA A LA DEPRESIÓN

La esperanza de que las cuarentenas duraran solo tres meses fue una ilusión y con el paso del tiempo Sandra empezó a deprimirse: “Me sentía encerrada y sola viviendo con mi perro”.

Tanto Freide como Zepeda trabajan en sus casas, donde se sienten más seguras pues salen solo para lo estrictamente necesario, pero en el caso de Sandra, ahora le da miedo incluso que la gente se le acerque.

La publicista ya sufría de TOC y el coronavirus disparó este cuadro: “Me lavo muchísimas veces las manos, cuando salgo y cuando regreso a la casa me lavo otra vez las manos, si toco cualquier cosa vuelvo y me las lavo”.

EL TEMOR A LA SOLEDAD PERPETUA

“Los años van a pasar y yo me voy a quedar encerrada. Voy a cumplir 34 años y no tengo pareja, es muy difícil conocer a alguien en medio de una pandemia, quiero ser mamá y me estoy haciendo mayor, el reloj biológico está corriendo”, manifiesta Sandra, quien ha pensado hasta en congelar sus óvulos.

Ese mismo sentimiento lo tuvo Diana: “No es que tuviera una búsqueda incesante por una pareja, pero se me ha generado una reflexión de cómo voy a hacer si quiero tener una familia”.

Y es que en palabras de Erika Veloza, psicóloga y especialista en género y desarrollo, la pandemia ha representado muchos retos, en especial para las mujeres, "quienes han tenido impactos sociales, económicos, familiares y también en su relación consigo mismas".

Para Ochoa, estos casos muestran “la fragilidad de la vida porque puede ocurrir un fenómeno de impacto gigantesco que muestra que somos frágiles, no somos inmortales y debemos aprender que de esta crisis puedo cambiar la dirección de mi vida”.

“NO NOS HAN ENSEÑADO A SENTIRNOS MAL”

“Ser feliz se ha convertido en un mantra y no nos han enseñado a sentirnos mal, porque tenemos que ser felices siempre, pero es comprensible estar mal y aceptarlo”, señala Ochoa.

A esto se suma la autoexigencia y los miedos que han brotado en las mujeres por mantenerse siempre bellas. Veloza asegura que el impacto y concepto de belleza cambió con la pandemia.

"Los retos emocionales vemos que también pueden leerse como una oportunidad para ellas de reconectar con sentimientos profundos, con experiencias aún no resueltas del pasado, con la aceptación de quienes son ahora", asegura.

El miedo es una constante, pero el autocuidado invita también a que en la soledad piensen "en su propio bienestar como una prioridad, volverse su mejor amiga y rebelarse ante las imposiciones externas sobre la belleza, el perfeccionismo y el ser supermujeres”, afirma Veloza, quien ha estado al frente por más de 20 años en programas de respuesta a las víctimas de violencia sexual y de género en Colombia.

Ochoa aclara que se debe ser muy cuidadoso porque ahora se confunde tristeza con depresión “porque se convirtió en el término de moda".

"Una cosa es el riesgo mientras que la detección del trastorno es más complejo” y la condición mental de las mujeres pasa por “desenredar emociones” para lo que antes no tenían el tiempo de hacerlo, añade.

Ochoa y Veloza coinciden en que la pospandemia traerá otro tipo de planteamiento para las mujeres, y no solo sobre su deseo de tener o no pareja. Resurgen y resurgirán preguntas que antes de la crisis no eran tan acuciantes: “¿y ahora qué voy a hacer?, ¿qué tipo de madre quiero ser?”. Y con ellas, la dificultad de adaptarse a una nueva realidad que ha venido para quedarse.

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